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Nuestra voz, ese milagro en horas bajas

Empecé 2019 con un deseo compartido para que regalemos palabras hermosas en nuestras relaciones. Febrero asomando ya la nariz, continuo este recorrido personal por aspectos de la comunicación compasiva reflexionando sobre la voz humana, pues me parece que no pasa por un buen momento y necesita algo de atención y cariño.

Wikipedia explica muy bien porqué la voz es una capacidad extraordinaria del ser humano. De entrada, nos capacita para el lenguaje verbal, que resiste como uno de los pilares de la vida humana desde el origen de los tiempos. Pero es que siendo una de nuestras características más únicas, resulta que la voz está íntimamente ligada a nuestra personalidad, afectividad y sensibilidad. Es por ello que reconocemos a una persona, entre todas las demás, sobre todo por su voz.

A mi parecer la voz humana entra por derecho propio en la categoría de milagro, sobre todo porque es la expresión más fiel de nuestra individualidad y de nuestra esencia más profunda.

Con esta capacidad que tiene la voz para comunicar desde lo más hondo de cada uno, no nos sorprenda entonces que a algunos se nos pongan los ojos húmedos con el virtuosismo vocal de una cantante lírica interpretando nuestra aria favorita. O que a otros, la voz de nuestro ser más querido se nos antoje como el mejor hogar del planeta.

Entonces sí, soy de las que creo que nuestra voz puede obrar maravillas. Y encontré una cita de Sigmund Freud que lo dice bellamente:

“La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento
tranquilizador tan eficaz como unas palabras bondadosas.”

Sin embargo, desde hace tiempo observo cómo este medicamento tranquilizador tan eficaz, un milagro que (casi) todos poseemos, es hoy un valor a la baja. ¿Nos hemos vuelto algo perezosos en su uso, o eso me parece sólo a mí? Me serviré de dos ejemplos cercanos para acompañar mi observación.

Mi hermano es profesor de música. Me explica que 3 de sus alumnos más pequeños, 6-7 añitos, le han dicho que ahora es Alexa -el ultimo gadget doméstico de Amazon- quién les cuenta los cuentos en casa. Me quedo sin respiración unos segundos. Compruebo y re-compruebo que no me toma el pelo. Lo que me sale primero es un profundo “bffffff”. Y lo segundo es una perorata sobre la importancia de que mamá o papá se tomen ese tiempo para leerles los cuentos, porque es uno de esos momentos únicos de verdadera proximidad paterno/materno-filial, de los pocos que ya van quedando, y que cómo puede ser que hasta esto esté cambiando y que bla bla bla, y sigo hasta que termino con una traca esperable: porque si ya ni esta poca tradición oral mantenemos, pues apaga y vámonos.

Y escribo esto con cierta prudencia porque no estoy aquí para juzgar a nadie, que bastante difícil está nuestra vida moderna. Pero confieso que me entristecí. Por los peques, básicamente. Porque si me da por ponerme mínimamente catastrofista, lo que veo es otra batalla que han perdido. Y llevan ya unas cuántas, en pocos años. Hablen sino con los maestros sobre la cantidad de niños y jóvenes que están (y se sienten) solos teniendo una familia. Pero aquí cierro ejemplo y no ahondo más, que podríamos, para no desviar el tema.

Voy con el segundo ejemplo, que extraigo de mi reciente cumpleaños. Como ya vengo observando las pocas ganas que tenemos todos de utilizar el teléfono para hablar con la persona al otro lado, aposté con el mismo hermano que en mi “día especial” no me llamarían para hablar, felicitarme de viva voz, más de 5 personas. Él consideró mi apuesta demasiado optimista. La suya fue que tendría máximo, máximo, pero que muy máximo, 3 llamadas.

¿Adivináis quién de los dos ganó?

Alguna pista: dicen que soy más que sociable y estoy siempre conectada con uno o con otro. Además, formo parte de una familia numerosa por todos los flancos. Así que sí, como imagináis recibí muchas felicitaciones por todos los medios digitales posibles. Pero y, ¿llamadas llamadas, de esas de hablar y que escuchas la voz del otro un ratito? Pues 3. Así que perdí la apuesta.
Y ojo que no estoy regañando ni reclamando. Los que me felicitasteis vía telemática: ¡fue fantástico que os acordarais de mí y no cuestiono aquí ningún afecto! ¡Gracias sinceras a todos! Lo que comparto es la reflexión que, a muchos, yo incluida, parece que nos está ganando la comodidad, incluso en los momentos familiares de leer cuentos o especiales como son los cumpleaños.

Observo también que esa comodidad parece crecer cada año que pasa, pues con cada nuevo Alexa y demás asistentes virtuales, nos prometen hacernos la vida más fácil gracias a sus habilidades vocales – ¡ironías de la vida! -, y nosotros vamos perdiendo humanidad por las costuras, además de otras muchas capacidades (pero esto es harina de otro costal).

Y entonces me viene a la memoria una entrevista que leí hace años a la responsable del Teléfono de la Esperanza, en la que contaba el caso de una señora mayor que les había llamado “simplemente” para compartir que el estofado de aquel día le salió muy rico. No tenía nadie a quién contárselo… Más de 113.000 llamadas fueron atendidas por este teléfono en 2018, un 11% por causa de “soledad y aislamiento”. No me extenderé, pero esta cronificación de la soledad en nuestra sociedad no sólo afecta a los mayores. Estadísticas recientes de este servicio muestran que se han duplicado las llamadas de adolescentes y menores de 20 años.

No sé si hace falta subrayar aquí que la voz, nuestra voz humana en acción de comunicar, de relacionarse, de interactuar, puede aliviar mucha de esta soledad. Lo pregunto porque pareciera que tengan que venir los IKEA, los Ruavieja y otros, a recordarnos cuán importante ha sido siempre la interacción humana, palabra y voz incluidas, para las culturas mediterráneas, sino para todas. (Grandes anuncios, por cierto, felicito a los creativos que supieron leer la realidad.)

Terminaré con algo de luz. Y para ello vuelvo al día de mi cumpleaños, en el que ya venía reflexionando desde hacía tiempo sobre el tema que nos ocupa. Ese día tuve que tomar un avión por temas de trabajo. Ya en mi asiento, andaba un poco alicaída: el día terminaba y “sólo” había recibido 2 llamadas; mi apuesta peligraba. De repente, la señora sentada a mi derecha tomó su teléfono con prisas para llamar a alguien – estábamos ya a punto de arranque-, y cuando al otro lado le contestaron ella dijo con entusiasmo “¡Feliz cumpleaños!”.

Os lo juro, así fue.

Maravilloso momento. Aunque yo acabara de sentirme una bocazas. Se me escapó una sonrisa, y también alguna lagrimita, por qué no admitirlo. Me emocioné, creo que sobre todo por lo oportuno del guiño. Menuda es la vida lanzando guiños justo cuando toca. No se le escapa una.

Y con esto, sigo con mis deseos compartidos para este 2019: que sea un año pródigo de buenas, hermosas y, sobre todo, humanas conversaciones. Y que vuestra voz, la de cada uno, transmita sin esfuerzo vuestra esencia.

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