Tantas veces la comunicación compasiva debe empezar por uno mismo. Como en estos días calurosos del verano mediterráneo, en los que es fácil impacientarse creyendo que el mundo entero ha entrado en un letargo del que jamás despertará. Quien espera, desespera, dice nuestra sabiduría popular. Pero os propongo otra lectura sobre la espera, y una que tenga que ver con la comunicación más consciente.
Hace poco y sin planificarlo, yo misma me dejé rescatar de este estado impaciente por unos versos de Machado que ya conocía pero había olvidado:
“Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
-así en la costa un barco- sin que el partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.”
(Antonio Machado, “Consejos”, Campos de Castilla)
Hace más de 30 años que copié este fragmento en uno de mis diarios de juventud. Entonces no entendía nada sobre el mundo y solía copiar citas y poemas que me parecían mensajes luminosos escritos para mí. Claro que yo los copiaba sin entender su profundidad. En términos de consciencia, mi adolescencia dio para lo que pudo. Y como las intuiciones de nuestro corazón toman forma cuando pueden, yo mantuve la afición de retener palabras de otros, cuáles salvavidas prestados a los que agarrarme y subir a respirar.
Es bonito que Machado, tantos años después de haberlo copiado, hoy me ayude a presentar un nuevo ingrediente en la comunicación compasiva: la paciencia. Hablamos de ese confiar sin desesperar, o desesperando lo justo, en que todo llega cuando es su momento.
¿Por qué la paciencia en una comunicación más compasiva y consciente? Porque tantas veces nosotros mismos no sabremos qué decir y convendrá esperar a que madure el mensaje. O porque ya sabremos el qué, pero no tendremos claro el cómo. Comparto un ejemplo cercano: una amiga me cuenta que tenía entre manos un conflicto con otra persona y cómo ha tardado semanas en tener claras las preguntas que necesitaba hacer para resolver el asunto. He aquí un acto de paciencia en toda regla, en este caso y primero con uno mismo.
En la espera, podemos aprovechar para clarificar emociones, o para pensar en la otra parte y en cómo podría recibir o no nuestro mensaje; o podemos, simplemente, elaborar un discurso más inteligible y generoso.
Otro ejemplo lo encuentro a menudo en los entornos profesionales cuando conviene dar feedback constructivo. Yo suelo recomendar un proceso muy simple pero efectivo que consta de 4 pasos, siendo el primero pedir permiso. Los directivos me miran contrariados cuando explico esto: “¿Pedir permiso a la otra persona para darle feedback? No lo entiendo, ¿porqué es eso necesario?”.
Si lo pensamos, nos parecerá hasta obvio: hay que pedir permiso al otro porque, aunque para nosotros sea el momento adecuado, quizá no lo sea para la otra parte. Quizá la otra persona tiene un día horrible o la cabeza ocupada en asuntos diversos, y no escuche ni comprenda nada de lo que le digamos, por muy constructivamente que lo digamos. Pedir permiso, y saber aguardar el momento adecuado para la otra parte, construye una comunicación respetuosa y al final más eficiente.
Quizá el ejemplo más extremo del valor de la paciencia en nuestras relaciones interpersonales se da en los procesos de perdón. Muchos lo habréis vivido en propia piel: a veces se tardan años, ¡o una vida entera!, en llegar al punto justo en el que dos o más personas puedan comunicarse en términos sinceros de perdón. El saber esperar y aguardar que la marea fluya es en este caso más osado que nunca.
Pero cuidado que saber esperar no debe significar renunciar a lo que queremos o debemos decir. Habrá casos en que el saber esperar termine con un silencio, claro que sí. Porque a veces el silencio es la mejor y más compasiva forma de comunicación. Pero entonces que sea un silencio consciente, convencidos que esa es la mejor opción para todos.
Al final, saber esperar el buen momento en la interacción con otros se parece al aprender a aceptar el tempo de las cosas en la propia vida. Aquí pienso en mí misma, en mi propia impaciencia, en la de amigos cercanos, y en el flirteo con la desesperación que trae la impaciencia. Quién esté libre de culpa… Somos humanos y es cierto que todos hacemos lo que podemos a cada momento.
Con los años, voy entendiendo que la paciencia va de la mano de la confianza. Mantener la confianza mientras ejercemos la paciencia, cada uno a su modo y a su ritmo y hasta los límites que considere adecuados, aunque dicho así pueda parecer un oxímoron.
Ayer paseaba y, pasando junto a una higuera, me llegó su fantástico aroma de higos en proceso de maduración. Pensé enseguida en la paciencia, y para el caso, en el saber esperar que la fruta alcance su punto justo. Con los higos no será hasta mediados de septiembre. En estas latitudes, sólo entonces estarán deliciosas. No antes. Y esta imagen de nuevo me recuerda el gran aforismo de Lao Tzu:
“La naturaleza no se apresura, y, sin embargo, todo lo logra.”
Os dejo con ello. ¡Feliz y relajado verano a todos! Volveremos después del reposo, con nuevas ideas alrededor de la comunicación compasiva. ¡Un abrazo!