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Conversaciones difíciles: algunas ideas

Seguimos por el sendero de la comunicación más consciente y compasiva. Quiero cerrar el año tratando un tema central en el desarrollo de nuestras habilidades relacionales: cómo gestionar de la mejor manera posible esas conversaciones difíciles que todos experimentamos en nuestros entornos laborales y personales.

No entraré aquí en los conflictos con personas que desgraciadamente encarnan el lado oscuro, donde la mejor opción quizá será no decir una palabra más y cambiar de carril. Lo que os propongo es explorar los conflictos interpersonales en los que la otra parte es digna de nuestras ganas por mejorar la situación: conflicto con un amigo, un familiar, un compañero de trabajo o un conocido. En definitiva, cómo podemos tener mejores conversaciones difíciles con cualquiera con quien queramos seguir relacionándonos de una manera sana y respetuosa.

Una previa: este artículo me resulta difícil, porque precisamente yo soy un mal ejemplo a seguir en este tema. Durante años, mi característica diplomacia tuvo poco de auténtico y mucho de miedo atávico al conflicto. En una situación dolorosa, y ante la posibilidad de una “simple” conversación con la/s persona/s implicada/s, siempre ganaba el terror anticipado y mi única salida era esa falsa diplomacia. En mi bendita inocencia yo creía que no confrontar me protegía de mayores daños, pero en realidad me ha fastidiado con décadas de silencios mal digeridos.

Además, aprendí que al final mi contención tampoco favorecía a la otra parte, aunque de entrada pudiera parecerlo. Así que confieso: por no haber tenido más conversaciones difíciles, he provocado desastres que no creeríais. Y como sigo de aprendiz, sólo me atrevo a titular el artículo como “algunas ideas”. Aquí van.

Primera idea: antes de abrir la boca, que baje el soufflé. Parece obvio recordar que en caliente es mejor no abordar ninguna conversación complicada, pero no está de más insistir en ello. Porque la tormenta emocional que genera el conflicto con alguien que apreciamos suele llevarnos muy lejos de nuestro propio centro, y desde ese punto descentrado no tomaremos buenas decisiones ni tendremos diálogo constructivo.

Propongo que aquí cada uno se sirva de su método favorito para calmar las aguas: salir a correr, llorar, música a tope, hablarlo con terceros no implicados, pasear en silencio, contemplar Belleza, … Lo que sea, pero primero que amaine la tormenta. Desde una postura de mayor serenidad, aunque sigamos dolidos, será el momento para proponer esa charla reparadora.

Segunda idea: hay que atreverse. Viniendo de una Máster del Universo de la Evitación del Conflicto como yo, clamar al atrevimiento tiene su qué. Pero dadme un voto de confianza. La situación típica puede ser la siguiente: alguien hará o dirá algo que no te ha gustado o directamente te ha dolido, y tú, para evitar esa conversación que podría aclarar y mejorar las cosas, harás ver que no es para tanto, o te convencerás que ya se te pasará o te dirás que no hace falta hurgar en las heridas. Lo que sea para no ponerte en la situación de tener que hablar con la otra parte. Y mientras tanto, ese runrún dentro que no te dejará dormir tranquilo y te robará cantidades ingentes de energía. Y pasará el tiempo y ahí podría quedar una herida mal tratada que en casos extremos puede tardar años en curar.

Obviamente, las conversaciones difíciles se llaman así por eso, porque nos resultan difíciles de tener. Pero insisto: hay que atreverse. Buscar el buen momento, respirar a voluntad y echarle valor. Como puedas, aunque no te sientas preparado al 100%. Aquí no buscamos perfección. Ten esa conversación, porque en la mayoría de los casos será mejor pasar el mal trago que callarse. Ya iremos puliendo el proceso para que la próxima salga mejor.

Tercera idea: no hables desde tu herida, pero expresa cómo te has sentido. A ver si logro explicarlo bien con un ejemplo. Tengo un desencuentro con un amigo, saltan todos los resortes y llegamos a las salidas de tono y las acusaciones. Tormenta incontrolable de emociones dolorosas, el soufflé arriba del todo, la cabeza dándole vueltas obsesivamente al tema. Y entre la maraña, ese impulso interno de encontrar como sea el camino de retorno al equilibrio. Estás dolido, estás enfadado, incluso puedes estar ofendido. Pero si hablas con la otra parte desde ese punto totalmente egocentrado de dolor, enfado u ofensa, el riesgo de que la cosa en vez de mejorar empeore es muy alto.

Abramos la mirada. ¿Puedes probar a aceptar que la otra persona es como tú, en el sentido que hace lo que buenamente puede con sus propios condicionamientos, miedos y puntos sensibles? Créeme, no ha venido a este mundo solo para fastidiarte. Y seguramente estará igual de dolida, enfadada u ofendida. Como digo, si los dos entabláis una conversación desde la herida de cada uno, la cosa se convertirá en una nueva batalla de acusaciones mutuas.

Sigamos abriendo. ¿Eres capaz de tomar un poco de distancia de tu herida? Puedes sentirla, claro – ¡somos humanos! -, pero mejor no dejes que ella tome el control de la situación. Mírala como si fueras un observador neutral que ve ese conflicto desde fuera y entiende el dolor de las dos partes. Y desde ese nuevo punto de mira, será más fácil plantear una conversación que lleve implícito un espíritu de conciliar, aprender y construir más allá del conflicto.

Conseguir no hablar desde el centro de la herida no te quita la posibilidad de expresar abiertamente cómo te hizo sentir el conflicto. Esta diferencia me costó mucho entenderla, y me parece fundamental aclararla.

Si algún acto o comentario concreto te dolió, puedes decirlo tal cuál es. Por ejemplo: “Cuando tú dijiste tal y tal, me dolió profundamente; no sé si tocaste algún resorte mío no resuelto, ya lo veré, pero me dolió”. Y punto, sin más; solo decirlo en voz alta. Aquí no hay acusación al otro ni dedo en la llaga. Sólo hay expresión sincera de algo que el otro dijo o hizo y que te causó dolor. Incluso puede ser que en ese momento no seas capaz de decir nada más. Y estará bien así. A mi entender, hacer esto es más que lícito: es muy sano. Os animo a probarlo en vuestra próxima conversación difícil.

Cuarta idea: controla tus expectativas. Imagina que has seguido el proceso de calmar las aguas, atreverte a proponer esa conversación difícil y no hablar desde tu herida sin dejar de expresar tus sentimientos. Si consigues fumar la pipa de la paz a la primera, ¡felicidades y a celebrarlo! Y si no, pues te diré que, si la otra persona realmente te importa, paciencia, confianza y a perseverar. Este es uno de esos casos en que no importa tanto dónde llegues, sino que hayas empezado el proceso de aprender a tener conversaciones difíciles con una mayor conciencia. La práctica hace al maestro, como ya sabes.

Habría mucho más que decir, pero por hoy termino aquí. En Internet encontraréis recursos infinitos sobre este tema. A juzgar por el número de resultados que retorna el buscador, se confirma que es un asunto recurrente y que preocupa a muchos.

Espero que mis 4 reflexiones os hayan abierto perspectivas nuevas. Os deseo mucho amor y buenas conversaciones para las fiestas que se acercan.

¡Un abrazo y seguimos en 2020!

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