En estos días luminosos de la primavera mediterránea, camino entre naturaleza y me resulta imposible no emocionarme con la explosión de vida que es esta estación: el barullo de los pájaros, los brotes por doquier, los colores y esos perfumes verdes que todo lo inundan.
Supongo que es en esa emoción extática de mis paseos donde se generan dos palabras que a menudo me acompañan todo el camino, como grandes carteles de neón itinerantes.
La primera de ellas es la palabra GENEROSIDAD. Se me dibuja en la mente desde dentro y va resonando insistente. Interpreto que tanta expresión de belleza y vida me conecta directamente con la idea de generosidad más esencial, que no es otra que la de la naturaleza, con esa capacidad suya para dar y darse. Me parece una generosidad en estado puro, donde el equilibrio del conjunto está siempre por encima de las individualidades de cada especie, como siempre cuenta tan bien mi estimada socia Ester Torrella.
Curiosamente, esta generosidad de la naturaleza construye para mí un puente de reflexión hacia nuestra comunicación humana y enciende mis ganas de recuperar los orígenes de la palabra COMUNICAR. Me digo que por algo será que me llegue tal sugerencia, así que atravieso el puente a ver qué hay al otro lado.
Y me encuentro que, en una de sus primeras acepciones, los diccionarios lo dejan clarísimo: comunicar es “poner en común”. Derivada del latín commune, significa también “que cumple su deber con los otros”, pues está compuesta por cum (juntos) y munis (deber, función). ¡Qué valiosa me parece la profundidad de esta palabra!
Aunque lo que realmente me fascina es redescubrir esta idea subyacente de que la comunicación sea, sobre todo, un acto de generosidad para con los demás: uno tiene algo que compartir y, a su vez, la responsabilidad de compartirlo. Y, añado yo, la responsabilidad de compartirlo de la mejor manera.
Recordemos que la verdadera comunicación debiera empezar siempre con un acto de generosidad fundamental: pensar primero en el otro, comprendiendo a quien tengo delante y anticipándome en el cómo puede o no puede recibir lo que compartiré.
Sé que esto suena como trabajo extra. Pero sólo lo parece, pues siempre digo que la inversión tendrá un retorno alto y claro en la calidad de nuestras relaciones.
Como personas que queremos comunicar de forma más consciente, nos toca primero a nosotros adaptarnos mínimamente al receptor, a ese cómo puede o no puede recibir nuestro mensaje. Que ese sea nuestro primer acto de inteligencia y generosidad en la comunicación. Y esto no implica renunciar a lo que tengamos que decir, pues aquí aplica aquello tan bonito de “lo cortés no quita lo valiente”.
Por supuesto, no siempre será el momento adecuado de comunicar lo que queremos, no siempre el otro estará receptivo y abierto a escuchar o estaremos nosotros con la inspiración y la empatía bien calibradas. Pero afirmo que, incluso cuando el punto de partida sea el conflicto, todos podemos responsabilizarnos de comunicar de manera más generosa, más constructiva y sobre todo más compasiva.
En ocasiones nos tocará ser ecuánimes, en otras tendremos que ser directos, empáticos o absolutamente tajantes. Pero sean de la índole que sean nuestros mensajes, tengamos que comunicar lo que tengamos que comunicar, al otro lado de lo que digamos siempre habrá personas. Es por ello que quiero invitaros a esta idea: una comunicación más generosa en todos los niveles relacionales contribuye a que disfrutemos de un mundo más hermoso y humano.
En definitiva, siempre vamos a parar al mismo núcleo: comunicarnos con más consciencia mejora nuestra vida personal, profesional, organizacional y empresarial. Y si cada vez más personas comunican de forma consciente y generosa, el efecto se va multiplicando. Hacia ahí vamos piano piano, no tengáis duda.
Cierro el artículo compartiendo la segunda palabra que persiste en mis paseos primaverales: GRACIAS. No me extraña nada que sea esta, pues en el caminar me voy maravillando y fluye desde mi una gratitud que no es pensada y se expresa silenciosa pero contundente a cada paso que doy.
Sí, sí, estáis leyendo bien: últimamente voy por ahí comunicándome secretamente con los árboles y los bichitos que me encuentro. Le doy las gracias a mi encina guardiana. Saludo con amor al pino que ya me conoce. Le sonrío al pájaro carpintero que me evita asustado. Animo a las incipientes almendras en su maduración. Y entro en el bosque con respeto y agradecimiento por el regalo inmenso que me hace.
Yo ya lo vivo de lo más normal, la verdad. Puestos a comunicarnos con otros seres des del corazón, todas las creaciones de la naturaleza parecen estar ahí para recibir mi gratitud. Sin grandes aspavientos, simplemente siendo, me regalan ejemplos de generosidad infinita y momentos de conexión con la vida muy inspiradores, al estilo del gran humanista Walt Whitman en su fantástico Hojas de Hierba:
“Yo creo que una hoja de hierba no es menos que el recorrido de las estrellas”.
Os dejo con el espíritu poético de Whitman, siempre adecuado para esta estación, mientras acabamos de añadir un ingrediente clave a nuestra receta particular de la comunicación compasiva: la generosidad.
Bienvenida sea, seguiremos en los próximos meses con más ingredientes y por ahora, ¡una feliz primavera a todos!