Antes que el recuerdo del invierno desaparezca del todo en esta primavera que llega con ímpetu, hagamos nuestra tercera parada en el camino de la comunicación compasiva. Le toca el turno al silencio, gran y desconocido aliado en el arte de la buena comunicación.
Me acuerdo de lo que nos contaban en el colegio sobre dejar la tierra en barbecho y cómo ese reposo programado era fundamental para que el campo descansara y recuperara su fuerza nutritiva después de tiempos largos dando vida. Trayendo la idea a nuestra comunicación, defiendo que deberíamos disfrutar de algo similar en cualquier época del año y buscar activamente nuestros propios momentos de barbecho.
Momentos largos o cortos, intermitentes o diarios, no importa mientras sean nuestros momentos de silencio particular. Momentos en los que podamos volver la mirada hacia nuestro interior, poner el contador a cero o simplemente callarnos un rato. Sí, léase también acallar nuestra mente.
Creo que ese silencio propio, íntimo y difícil -ahora lo veremos-, suele ser la semilla de grandes cosas. De estos silencios depende que podamos, por ejemplo, nutrir y reparar la comunicación en todas nuestras relaciones, empezando por la más importante de todas: la relación con nosotros mismos. Y de mi experiencia recojo que, si no creamos los espacios para ese silencio antes del verbo, todo suele complicarse, sobre todo nuestra comunicación.
Fijaros que al final del día, la mayoría de nosotros habremos pasado horas enviando correos y mensajes a otras personas. Y en cambio no habremos pasado el tiempo suficiente comunicándonos con nosotros mismos, ignorantes de que éste es el primer paso para una comunicación positiva con los demás. Thich Nhat Hanh lo dice con más contundencia: “Detenerse y comunicarse con uno mismo es un acto revolucionario”.
Lo que ocurre es que en general el silencio nos incomoda mucho. Y el mundo actual nos lo pone fácil para posponer ad eternum esa incomodidad: conectividad ubicua, redes sociales, whats, pantallas que nos distraen con historias ajenas o plataformas de música que acompañan nuestros paseos. Con tanto caramelo fuera, el asunto de detenerse a escuchar la propia voz resulta cada día un poco más complicado.
Pero en comunicación la cosa funciona del siguiente modo, para todos sin excepción: si no sabemos lo que ocurre dentro de nosotros mismos, si no entendemos nuestro propio orden o caos interior, ¿cómo vamos a ser capaces de comunicarnos bien con otra persona?
Yo tardé años en entenderlo. Como a la mayoría, también a mí me asustaban los silencios y vivía en carne propia las palabras de mi admirado Joseph Campbell: “La cueva donde temes entrar es donde está tu tesoro”.
Podríamos acordar que emprender el viaje de conocerse a uno mismo quizá sea el primer miedo serio que la edad adulta nos plantea. ¿Y si lo que encuentro dentro de la cueva no me gusta? ¿Y si entro en la oscuridad y mis propias sombras me asustan tanto que casi mejor lo dejo para otro día?
Me temo que, sin entrar a la cueva, sin enfrentarnos amorosamente a nuestro propio interior, no habrá tesoro que valga. Y para saber qué ocurre dentro, tarde o temprano hay que recurrir al silencio. Tantas veces como haga falta.
El silencio nos invita a escuchar y comprender nuestro corazón, en toda su riqueza de matices, pasiones, miedos y anhelos. Y aceptar lo que hay en nuestro corazón nos llevará poco a poco a una comunicación más auténtica y respetuosa a todos los niveles.
Y creedme que en ese silencio también nos haremos mucho más poderosos. No del poder que quiere destruir al otro, sino del que construye desde la propia luz y la propia fuerza interior. De ese poder que nace de dentro y va venciendo los miedos a golpe de coraje. Creo que aquí viene al caso un proverbio árabe que ahora comprendo en todo su alcance: “Del árbol del silencio pende el fruto de la seguridad”.
Pienso también en el valor del silencio en un discurso. Nos domina el impulso de llenar todos los espacios de nuestra charla, pero si aprendemos a utilizar los silencios de forma estratégica, nuestra exposición ganará en textura, ritmo y carisma. El buen dominio de las pausas será tan importante como dominar las palabras que decimos.
Así que este es, ni más ni menos, el valor del silencio en el proceso de comunicación con uno mismo, con los demás y con el mundo.
Cierro compartiendo mi gran momento silencioso del 2018. Fue a principios del suave invierno mediterráneo, uno de esos días en los que la naturaleza te llama. No había nadie en el bosque donde me detuve. Con los ojos cerrados, sentada y en silencio debajo de una encina, los rayos me acariciaban el rostro. Mi propia quietud permitía que toda la vida sonora del bosque se manifestara: pájaros y otros animalillos, el viento suave contra las hojas y algún ladrido muy lejano. Ahí estaba yo respirando y agradeciendo, cuando se creó un silencio infinitesimal y eterno a la vez, en el que pude escuchar claramente cómo caía al suelo una bellota acabada de desprenderse de su árbol. Pura magia.