Acabo de participar en un comité de evaluación de proyectos de innovación, ejercicio en el que 12 soluciones candidatas competían para ganar fondos europeos destinados a ampliar durante 1 año su actividad. De los 12, solo 5 proyectos tenían finalmente acceso al dinero, así que insisto: competían.
Dejando aquí de lado la innovación o no de las propuestas, la experiencia de estar en el comité ha sido también enriquecedora para mí como observadora de las habilidades de comunicación en público de nuestros investigadores europeos. Cada proyecto fue defendido oralmente por su representante, que disponía de 10 minutos delante del comité.
Bien planificados y utilizados, 10 minutos de presentación dan para mucho. Y sino que se lo digan a la comunidad emprendedora, que habitualmente tiene que apañarse con los 3 minutos, cuando no 1 solo, del famoso y temible elevator pitch o “presentación en el ascensor”.
Una primera conclusión personal y exasperante de la experiencia: erre que erre, seguimos presentando en público sin atender a los básicos, y últimamente lo veo más en los ámbitos académico-científicos. Como si no fuera con ellos. Y mira que tenemos recursos, libros, formaciones, videos, coaches de comunicación… ¡pero no hay manera! O quizá sí hay manera, pero no hay voluntad, pues también podría ser que la importancia de presentar bien tu trabajo siga siendo infravalorada por algunos.
Vale que no todos tengamos que exhibir los niveles de oratoria y diseño visual de las TED Talks; de verdad que no hace falta. Pero unos mínimos sí que me parecen imprescindibles, sobre todo si están en juego esos euros que podrían hacer avanzar tu proyecto.
¿A qué me refiero con poner atención a los básicos de los básicos? Pues lo reduciré aquí a 2 puntos, para mí los que fueron más flagrantes de esta reciente experiencia con los 12 proyectos que evaluamos.
Primero: si tienes solo 10 minutos para convencer a un comité de que tu solución merece ser financiada, y dedicas los primeros 7 a hablar de “la criatura” -léase proyecto-, de lo especial que es y de lo bien que la cuidas como nadie más haría, y luego me apuras los últimos 3 minutos para defender con prisas los beneficios reales que aportarás a la sociedad y el cómo vas a utilizar el dinero asignado para hacer algo sostenible con tu proyecto, pues no vamos bien. Objetivo de la presentación no cumplido.
Mi propuesta es que guardes con atención la proporción entre mensajes clave y tiempo cuando tengas delante una audiencia que tomará decisiones importantes a partir de lo que cuentes. Pregúntate quién es esa audiencia y qué debe llevarse de tu presentación, y a partir de ahí prepárate y decide qué enfatizar según lo que se espera de ti como portavoz. Esto mismo sirve, obviamente, para un elevator pitch de 3 minutos, como veréis repetido hasta la saciedad en la extensa literatura digital que existe al respecto.
En este caso, los miembros del comité estábamos interesados en saber qué impacto tendría el proyecto y si generaría riqueza en el sentido amplio del término. No necesitábamos escuchar todo el detalle de las maravillas de la investigación que había detrás. Y no era por desprecio o capricho que así fuera; es que nuestro mandato era evaluar en 10 minutos si ese proyecto concreto estaba suficientemente bien enfocado para generar innovación real y tangible en el mercado/sociedad como para seguir financiándolo.
Segundo, y aquí hago una llamada a todos los formadores en habilidades comunicativas y diseñadores visuales del mundo entero: por favor, ¡¡¡unámonos para acabar de una vez por todas con las diapositivas infumables que abruman nuestra capacidad de comprensión como audiencia y apagan el brillo del orador y de su trabajo sin ninguna piedad!!! La comunidad académica y científica nos necesita. No puede ser que después de tantos años evangelizando sobre este tema, sigamos tan mal.
Por ejemplo, uno de los proyectos, muy relevante en su contenido científico y potencial de innovación disruptiva, se sacrificó a sí mismo ya en el minuto 3 de la exposición a causa de una diapositiva seguramente bien intencionada pero perversamente diseñada. Presentaba una rejilla de 9 cuadrados, en la que cada cuadrado contenía listados infinitos de cosas ininteligibles -los famosos bullet points-, que además la oradora iba describiendo cuadrado a cuadrado sobre la misma dispositiva. Intenté seguirla, de verdad, pero me fue imposible. Mis neuronas se fueron instintivamente a buscar paisajes menos abruptos.
Propongo cuidar mucho los visuales y recordar que en esto siempre aplica lo de “menos, es más”. Si una dispositiva se puede capturar en 3 segundos, vamos bien. Porque ya sabéis de qué hablo: como público, provoca una esquizofrenia agotadora intentar escuchar a la persona que presenta a la vez que quieres descifrar tanto cuadro y tanto listado.
Que las diapositivas acompañen tu discurso en vez de ofuscarlo. Queremos tener tu mirada y escucharte con atención. Queremos conectar fácilmente con tu tono, tu energía y tu sonrisa. Tú eres la estrella, por eso has venido y por eso te prestamos nuestra atención, y aquí las diapos son realmente secundarias en la mayoría de los casos. Y precisamente porque no queremos darles excesivo protagonismo, no debemos descuidarlas.
Y hasta aquí este rescate rápido de un par básicos del hablar en público que algunas audiencias del mundo están pidiendo a gritos.